
Suelo: La configuración del suelo, estructura y composición, marcarán el soporte y le darán las primeras notas de su personalidad. Las tierras sobre las que se asienta el viñedo son areniscas y se presentan en estratos con otras arcillosas, constituyendo unas configuraciones denominadas facies flich cuya formación uvo lugar en la era terciaria. Forman tierras muy compactas que retienen la humedad, por ello se buscan y eligen laderas para que no se produzcan estancamientos de agua que ahoguen las raíces.
Clima: El segundo factor que interviene es el micro-clima existente que se caracteriza por su clima suave, ausencia de heladas y abundantes lluvias. Todo ello condiciona la búsqueda de laderas orientadas al sol naciente buscando a la vez el recoger el máximo de sol y la protección de los vientos fríos del oeste y noroeste. La cercanía del mar con sus vientos y la suavidad de su clima logran el marco ideal. En este marco físico se inserta la base del Txakolí, que es la cepa, la vid.
Cepa: La variedad de cepa es básica debido a que cada una de ellas lleva consigo factores que marcarán su personalidad, tales como el grado, aromas y una serie de elementos indefinibles que lo diferenciarán de los otros. Dos son las variedades que, por su extensión y calidad, entran a formar parte fundamental en la elaboración del Txakolí, la variedad blanca hondarrabi zuri y la variedad tinta hondarrabi beltza.
El reposo del invierno provoca la sedimentación de pequeñas partículas que enturbian al principio el vino. Es el momento de realizar los coupages o las mezclas. En esta bodega cada variedad de uva se fermenta de forma separada.
El resultado es un vino joven, blanco, amarillo verdoso, ligéramente ácido, con recuerdos frutales y con una graduación moderada de 10,5º a 11º. Así, por el buen hacer de esta bodega, el Txakolí Rezabal colmará con las delicias de los más exigentes.